sábado, 1 de noviembre de 2008

ausente

Volví a soñarte de otro,
Soñé
lo ví
un teatro de marionetas
el pesado telón bordeaux

Soñé
Lo ví
Y desperté bajo el colchón
O aún no despierto
Y vos arriba

Soñé
lo vi vi
un cuerpo, sin cara, como ausente,
y no te quise mas
o mas no quise quererte

domingo, 21 de septiembre de 2008

Veinte violetas de porcelana

Era un hecho, definitivamente aquel remolino en mi pelo sobre mi ceja izquierda era sobretodo violeta. Inconfundible, con sus mil y un trazos retorcidos, enmarañados, tan típico de ella, tan obvio y sin embargo no lo había notado hasta hoy, cuando lo vi reflejado en la taza y ese olor té. Tres de azúcar en el aljibe de porcelana y la cucharita insolente que da una vuelta y otra y una más y el agujero negro o verde o rojo se hace hondo en medio del remolino, en mi pelo.
No era por el placer de beberlo, era algo más, era cierta paz, la que la tempestuosa violeta encontraba en aquel ritual herboreo. Y yo la contemplaba. Con mis poros, con mis pelos. Veinte litros de té, apenas eso duró. Veinte litros de violeta, veinte violetas de porcelana.

Una tarde cualquiera, el silencio, el silbido de la pava, la tempestad en violeta y la taza. Tres de azúcar, el aljibe y el sillón de mimbre.

Una tarde el silbido silencio, la tempestad violeta y la porcelana.
Tres de azúcar y en el insolente aljibe enremolinado una grieta (acaso siempre estuvo allí).

El silencio roto, la violeta agrietada y la tempestad negra que avanza sobre la mesa y chorrea por el mimbre hasta alcanzar mi mano.
Mis poros abiertos se llenan de té, se sellan de te-mpestad y en mí se vuelve, irrevocablemente hondo, el agujero negro o verde o rojo.

Tres de azúcar y el remolino de mi pelo se desfigura en la taza. Definitivamente desdibujado, definitivamente sobretodo violeta.

miércoles, 20 de agosto de 2008

intermitente periplo de lo maravilloso de los días de lluvia

Hoy vuelvo a mirar gente, sucede que hay afuera una garúa deliciosa y estas ganas de escribir incontenibles. Junín, Perón, merluza y puré y un lunes lleno de abuelitas de invierno y nietos de vacaciones en este Julio intermitente. Lunes de levedad y el mundo se deja tocar por un ratito sin costo ni pero alguno. En la mesa de la esquina una mujer de unos flamantes cuarenta piensa con la mirada perdida y la soledad delinea sus ojeras. Come sola. Yo por suerte hoy almuerzo conmigo, otros días me toca comer solo como ella. Los anteojos le quedan bien pero se vé que no sabe porque se los pone solo lo necesario para mirar alguna cosa y se los saca rápidamente. Tiene el aura ocre ¿Qué pensará? Junta sus cosas. Se saca los anteojos por última vez. Se fue.

Es que a la gente le pone triste los días lluviosos, los adjetivan despectivamente, uh…mira viejo como se puso de horrible, lo lindo que estuvo el domingo, o qué día de mierda hoy o nono la verdad está espantoso. Qué absurdo, acaso no pueden apreciar la maravilla del río cayendo del cielo? La mar de complicaciones que conlleva?

Es que la lluvia siempre nos toma por sorpresa, es siempre inesperada, novedosa, diosa del caos y el cambio. Una reciente jubilada se replantea el sentido de sus días mientras toma su cortado de a sorbos mecánicos: Lunes, hay un par de exposiciones interesantes en la ciudad, luego podría ir al teatro o al cine, a caminar y luego qué? Sin el ancla de lo cotidiano, sin el peso del trabajo, el lunes se presta de pronto insoportablemente leve (diría algún checo), y qué pensará ese joven, del otro lado del café que la observa y escribe en un cuadernito.

Millones de personas pululan por ahí, miles de caras, de formas de caminar, de botones de saco, de vueltas de oreja, de maneras de reír, de actitudes frente a los días de lluvia, de modos de transitar la existencia y sus recovecos. Un paraguas, un diario, un sobrecito de azúcar, un taxi, algunos cables, el sonido de la plancha marchitando la carne a fuerza de paralelas renegridas y convexidades doradas.

Todo tiene un color, un sonido, una forma, un perfume, una energía, una intensidad, todo es un modo de existir. Todo es. Y a la vez no. A la vez deja todo de ser constantemente. Un instante deja de ser para darle lugar al otro, para darle existencia. Una suerte de intermitencia perenne y necesaria, la intermitencia de los seres, que conforma una continuidad, una unidad. Ésa imperfección cósmica, ése pulsar errante, ése, es el único absoluto, lo único que en verdad existe.


Así lo existente está en constante cambio, en una vertiginosa metamorfosis. El ser es en el cambio, en lo dinámico. Luego lo estático es contradictorio a su esencia.
Por ende los días de lluvia son divinas celebraciones del ser, el irrefutable fruto de un nuevo triunfo sobre la muerte.

jueves, 14 de agosto de 2008

Marrón-azulado

Un nudo
Como de otras generaciones
En el estómago
Lo inabordable
En la garganta
La impotencia, la incompetencia, lo ilegible
La angustia de mis progenitores


Arriba, allá, en otro lado
Los corceles alados
Aquí, por debajo, muy debajo
El barro, la herrumbre oxidada, la bosta
De los suspendidos en la gracia
Que salpica, asfixia, aplasta

Dichosos de ellos,
Bebedores de nube
Habitantes del cotidiano celeste,
Exonerados de todo peso


El peso del barro
De las plumas sucias
Ensuciadas
Corrientes
De la amalgama absurda
Marrón-azulada

viernes, 1 de agosto de 2008

[Figurillas vacías]

Mi boca aún humedecida de su beso y en ella,
Su saliva agria que se torna ligeramente azucarada.
En mi cuerpo un cabello. Renegrido, magro.
Lo observo y pienso. La pienso.

Su cabellera se desdibuja ya en mi mente...
¿Sería acaso tan carente de gracia?
Mas el cabello se brota inesperadamente
De un fulgor violetaceo, de cierto resplandor.
Y pienso nuevamente. La pienso.

Sumergida en un lecho verde y denso que nos aleja.
Su imagen se diluye sin pausa, se destiñe.
Y de entre la acuática reverberancia, el sonido de su voz.
Que pronto se fuga, se precipita hacia el vacío.

Pierdo registro de su timbre, su color,
Lo busco en el recuerdo de sus palabras, tan pocas.
No hay caso.
Tomo los restos y modelo entonces,
Con mis propias manos, una voz para ella.
Y pienso. La pienso. Cada vez más lejos de mí

Y el olor a su sexo aún en mis dedos. Es extraño,
Lo recordaba amargo y apagado,
Pero es en cambio fresco y salvaje
Como el perfume de la naranja.

De pronto la hoja en blanco y no sé cómo seguir…

Hablar tal vez de su piel,
De la forma en que se sienta,
De lo elocuente de sus pensamientos o
La forma en que el erotismo
Le desdibuja violentamente los ojos
Cuando la penetra mi sexo.

Pero qué caso tuviera, seguir con este despilfarre
Si cada palabra, cada letra
Es un trazo más de denso óleo
Sobre una figurilla vacía:

Figurilla de ella.
Ella una-mujer.
Ella todas-las-mujeres.
Ella bastidor divino,
Tierra fértil y fecunda
De nube ajena.

domingo, 6 de julio de 2008

una figura bajo el agua

una figura
una figura de seda
una figura de seda bajo el agua
una figura de seda bajo el agua y colores pálidos
una figura como seda bajo el agua pálida y sus ojos
una pálida figura bajo el agua y sus ojos de seda
una seda figura en el agua pálida y sus colores ojos
unos ojos pálidos se defiguran en el agua y la sed
una desfigurada seda palidece en el agua estanca
una sed estancada en sus ojos pálidos y el agua figura aturdida
una aturda se seda pálida en ojos agua
un agua una, seda y aguarda
un agua estanca guarda se
una turdencia figurada
una sed turda
una agua
una
.

viernes, 13 de junio de 2008

viernes

Infradocturas nimias,
infames,
barrenadoras,
tragarenas insolentes,
gargajeas coagulosas,
qué malo sos conmigo…
salir viernes
salíte de ahí
embadurnado derrutíneo,
fantagosoza lírica del nunca volver
no volver jamás
no volver acá
salir salir
adónde?

jueves, 8 de mayo de 2008

Luces de abril

Lo bueno del otoño se hace quizá más claro en su forma anglosajona: fall. Sin menosprecio de tan maravillosa palabra como es su versión latina, fall, exhibe uno de los lados más esenciales de esta bellísima estación: la caída.

Así como las hojas secas, el fulgor de las flores, los verdes saturados, las neblinas, los sobretodos sobre el cuerpo o la noche sobre las tejas húmedas, todo sen-ci-lla-men-te...
cae.

Los astros se alinean para cambiar las reglas de juego, para abolir las mermeladas diet y los happy endings, para cambiar de una vez por todas el paradigma de la sonrisa por la sonrisa misma, todo movimiento responde ahora a su majestad el otoño.

Entonces uno, colmado de dicha y acunado de abriles, se siente ahora como en casa, ya no siente culpa alguna por su eterna peripecia hacia el abismo.
Ahora puede jugar en él a sus anchas y a nadie llama la atención, a nadie apena o exalta. En otoño pude uno sangrar en paz.
¡Viva el otoño,
Viva su muerte!

jueves, 1 de mayo de 2008

Subterráneos I

Levanto la vista. Un collage descolorido de antebrazos y cabezas colma el espacio a tal punto que apenas si queda lugar para el tiempo. Sólo escombro humano y ruido y tan mala persona no debo ser comenta una a otra mujerzota, tras lo cual, hecha la aclaración, expele a sus anchas una interminable lista de despectivos calificativas sobre Noemí, o Berta, o la chica nueva esta que entro el lunes, con esas polleras que se pone, escuchame… mas luego (afortunadamente) la voz del mamífero adjetivador es deglutida por la marea en una voluta enremolinada que a modo de intercambio, despide con violencia una idílica boca de mujer.
Es una víscera muy roja, cargada de erotismo latente. Está inquieta. No viene sola, al parecer tras ella hay también un rostro, o al menos su perfil.

Sí, claramente hay una delicada nariz y un pómulo violetáceo y un ojo de cedro profundo que pronto me mira y se vuelve dos pupilas redondas bajo una tupida enredadera de bucles negros, como garabatos de tinta china. Es ella una boca-mujer que sin cavilar se suelta de las argollas plásticas de endiagonal-enfrente y se zambulle de un zarpazo en el par junto a las mujerzotas.
Bajo la vista sonriendo para mis adentros un poco avergonzado. Me divierte el juego que me ha propuesto, seré su presa. Levanto la vista para observarla. Sus profundos ojos se entierran tajantes en mis pupilas (casi puedo sentir la herida). Su boca-víscera no se inmuta, ¡no está jugando!
Un chirrido metálico me atraviesa la espalda hasta la nuca. Miro hacia el piso confundido. La adrenalina se esparce por mi cuerpo y comienzo a sudar (ella parece percibirlo).

Estamos solos, alrededor sólo hay masa gris, urbanidad muerta. Me vuelvo hacia sus caderas buscando un flanco débil (otra puntada de sus ojos y estaría perdido).
Me detengo en aquella figura magnética. La mano que pintó sus caderas debió de haber delineado primero el vientre de mil mujeres para llegar a aquella forma tan acabada, tan salvaje y celeste. Lleva unos pantalones de jean apretados al cuerpo (como una cincha) y botas de cuero. Se ve incómoda en esas vestiduras, como si la condicionasen de espacio y alma. Tiene la cadencia inquieta de los equinos salvajes: da pasos cortos y errantes en todas direcciones.
Otra vez el chirrido metálico de las vías, ésta vez resuena como un relincho en la oscuridad del túnel y en mi piel no queda un rincón sin erizar.

Mi cuerpo empieza a responder a aquel llamado salvaje. La libido renueva mi coraje y arremeto con la mirada contra su rostro. Tengo suerte, ésta vez ella está distraída (luchando por mantener a raya su cuerpo sublevado). Le veo el rostro completo por vez primera. Para mi sorpresa, aquella fémina salvaje lleva en su mirada una niña desconcertada. No comprende lo que le ocurre ni por qué, aún así, sabe lo que desea, lo intuye, su cuerpo lo está vociferando.
Se reagrupa de pronto, dejando de lado su confusión y me lanza sus ojos brutales con crudeza, desnudos, lascivos. No quiere mi caricia, quiere mis vísceras, mi libido porno que chorrea por entre mis botones.

Las puertas exhalan maquinalmente por mí, mientras dejamos atrás otra estación. Aterrado, leo el cartel del andén: Plaza de Mayo. Me bajo en la próxima. Me paso la mano por la frente para sacar un sudor imaginario. Ella está parada justo de camino a la puerta (de sólo pensarlo mi corazón repica desesperado). Trato de pensar un momento pero es imposible, sus piernas están ya fuera de control (ella sabe que voy a bajarme).

De pronto, de la masa gris emerge una mujer que aparentemente ha estado sentada a mi lado todo el viaje. Ella también baja en Diagonal Norte, acomoda sus cosas y yo aprovecho a hacer lo propio, (al menos ahora no tendré que enfrentar a aquel animal solo) pero la mujer se levanta antes de lo previsto y se pierde entre la espesura rápidamente.
Por un instante todo se detiene.

El asiento a mi derecha está libre y la fémina posada por ante él, se congelada expectante. En su cuerpo pueden verse todas las posibilidades de acción contenidas: va a tirarse encima mío, o acaso se sentará a mi lado, ¡va a tocar mi carne!. Pero no. Solo se queda ahí, agazapada. Tengo que decidir, ya no hay tiempo.
Sin pensarlo, casi instintivamente, me paro. El corazón me va a quemar el pecho, me tiemblan las rodillas. Fatalmente me enfrento a la bestia:

Dios! Adónde quedó la niña confusa? Frente a mí se abre exuberante, el porte de la propia afrodita. Me siento indefenso. No tengo arma alguna para enfrentarme a semejante gladiador aquí, en esta arena urbana, con el cuerpo velado de ataduras.
En cambio a ella poco parece importarle, como una tempestad se arranca de las agarraderas y me envuelve con su beso de hembra sedienta. Devora la carne de mis labios y la sangre brota a chorros, empapa nuestros cuerpos, sin embargo el miedo desaparece rápidamente. Cuánta plenitud siento de pronto ante ése calor, ante esa boca, ése vientre. El tren se detiene.
Las puertas exhalan una vez más y se abren de par en par.
La marea gris cobra vida de pronto y uno a uno se dibujan en ellas los brazos, las garras que ahora se me enredan como una hiedra. La miro a ella. Tiene miedo en los ojos.

Nos separan.

Luchamos torpemente pero la hiedra-urbana es mucho mas fuerte.
Intento aferrarme a su imagen por última vez, miro su pelo, sus venas, sus senos, sus ojos, pero ya nada veo casi, se está desdibujando.
Qué frío siento de pronto, respiro muy fuerte, voy a congelarme, la masa gélida me vomita en el andén y la puerta se cierra ya. Me incorporo torpemente e intento abrir. Veo una boca-vícera muy roja que se prende al vidrio entre la oscuridad, el subte arranca.

Mientras se aleja, la boca pierde color.
Se torna gris.
Se desdibuja.
Desaparece.

miércoles, 16 de abril de 2008

Cronica del niño muerto

Mi hogar era un caseron gélido y abandonado. Los muros resquebrajados se elevaban de modo incierto, cambiaban de forma. Incluso, en días como aquellos no costaba imaginar la ausencia de techo alguno. Los escombros caían aleatoriamente despertando densas neblinas de polvo gris. Sólo restos. Las sobras de lo que alguna vez fuera un cálido festín, lleno de hogar y abrazo, ahora congelados como los relojes, que parecen haberse detenido en seco.

Una inmensa nostalgia azotaba el pecho. El recuerdo anaranjado de la feliz vigilia, de almuerzos y cenas, de algodones de caricia y besos de melocotón, de risas y risitas, de idílicos senos, brazos y hombros dónde derrumbarse y volverse a armar.
También recuerdo la disonancia, como susurros, las migas de pan bajo el mantel, la estridencia detrás de la música (que todo lo cubría, cada rincón, cada compás)
Todo, excepto los silencios. Allí era donde podía oírse aquello otro, cuando cesaba la melodía, cuando la gente callaba.
Nadie parecía oír nada en esos silencios. Sin embargo allí estaba la otra voz (cada día más fuerte) la voz de la casa. Nadie la oía o nadie quería oírla. Solo mi hermana y yo, y no porque nos gustase (Ya hubiéramos querido nosotros, no tener que escuchar por las noches los llantos de las vigas agrietándose)

Por suerte llegaba siempre la vigilia, el día, la rutina, la gente, la música y todo aquello otro “habría sido un mal sueño”.
Pero la gente comenzó a irse, la fiesta se volvió menos ruidosa, la familia menos numerosa, las paredes más altas, el frío mas constante, y el silencio más sonante.
La voz de la casa fue ganando presencia hasta tornarse insoportable. ¿Pero cómo podía ser? Las casas no debieran hablar ¡Había que tomar medidas!
Así fue que debimos poner más fuerte la radio, encender más tiempo el televisor y tratar de estar el mayor tiempo posible ocupados en otros menesteres para no prestar atención al sollozo de los ladrillos. Y nos dio resultado en verdad.
De hecho, tanto empeño pusimos en no escuchar el agónico chirrido, que un buen día ensordecimos.

Pronto llegó el invierno y el frío se instalo en la casa. Sin embargo, como nadie lo oyó venir, las estufas no fueron encendidas. Comenzamos a enfermarnos, pero nunca nos oímos toser por lo que poco pudimos hacer para ayudarnos. La comida se congeló rapidamente y el hambre hizo chillar los estómagos, pero ni cuenta nos dimos.
Nos fuimos debilitando lentamente hasta quedar dormidos.
Henos allí, en ese palacio congelado, que no conoce ya la vigilia,
que ¡se cae a pedazos!, que solo “duerme”, aunque no descansa ni sueña, sólo deja el corazón latiendo como un ancla y se zambulle a la muerte.

Pero yo me resistí al sueño. En el desierto de mi cuarto resguardaba las últimas gotas de desvelo entre las hojas de un cuaderno y una a una las iba quemando para alimentar la llama de la vigilia y tener un poco de calor en ese brutal invierno. Con mis tímpanos sangrando por el insoportable ruido que inundaba la casa ya en ruinas y mi garganta cerrada en un horrible nudo de tristeza, mi alma lloró sin consuelo.
Cuando la muerte me encontró, sostenía yo con mis últimas fuerzas la pared de mi cuarto junto a mi cama. Era inútil. Un segundo después se oyó el estruendo.

jueves, 10 de abril de 2008

filantrocracia

Y de pronto un remolino de jajajás
y todo se vuelve tan liviano,
me río (aunque nunca dejé de reírme)
de las lágrimas y las solemnidades melodramáticas,
de los amares y soledades,
de la existencialísima oscurocracia que exopila en ademánes.

¡Atención amigos,
que ya no embarco litúrgias desérticas,
ni me recalcitro de nimiedades!
Nonono, que no claro que no no que.
¡es ésta, señoras, la edad de la corsomancia,
la danzalidad estridente,
la clarividencia magnética!

Supernovemos hasta la sandía!
que de esto se tratan m'hijo,
los temporales acrobaticos.
Y el que me venga con sarcofarmacos
que se fornifique en otra curtiembre,
que yo hablo desde la austeridad más inconcéntrica.

Pío, pío y repío en la pajarera,
que el que se acorbata la crema del cielo,
flor de mondiola estarále aguardando.
Pero a qué andar pitando argucias,
si hoy no hay revenque que no resople en jarana.

Y jarana más jarana menos,
incluso nos,
los danzarines del pasto infravioleta,
nos evasionamos,
devez en cuando,
en alguna perfumería
y respingamos
de una vez
y para siempre
la filantrocracia!
Salú!

miércoles, 2 de abril de 2008

"Sentirse marchitar"

...como Ella lo dijera alguna vez.
los días consumen mi brillo con pasiva voracidad, como un fuego tibio que debora el aire. El combustible de los sueños se muestra finito, acaso por vez primera (siempre es por vez primera). De pronto hay una infinidad de músculos entre la sonrisa y yo. Se pierde la gracia de toda cadencia. Los corceles se despluman, el alma pierde las ideas y se abraza uno a las más frívolas empresas con tal de no seguir cayendo (o al menos dejar de notarlo). Ahí donde suele estar el resplandor radiante de mi aura, en las pupilas de otros, allí no hay más que algún garabato gris. Las ideas caen a tierra como pájaros enfermos: la belleza deviene en carne, el amor se desdibuja en sabanas.
¿dónde está la fuerza para salir de esta helicoide infernal? heme aquí débil, indolene, patético, enterrandome aún más letra a letra. Ríanse de mí, ríanse del idiota, masturbandose, embriagandose de su sangre hasta el vacío.

martes, 26 de febrero de 2008

tormentas de arena

Y qué escribir cuando el suicidio de la inspiración ha dejado la mano analfabeta.
Cuando reina el silencio. Cuando la vanagloriada calma llega (alfin).
Ahora veo de qué hablaba aquel que advirtiera: "¡Cuidado con los deseos! pueden ser consedidos". Entonces no más vértigo, no más sangre en la pared, no más angustia ni euforia, sólo planicie, sólo desierto.
De las grandes tempestades sólo conservo unas pocas palabras aplastadas entre las tapas de un cuaderno, con suerte algún color, con el olor velado del óleo seco. Reviso cada página, cada figura, obsesivamente y con cada pasada se van disecando, cada letra releída se marchita, se ahueca.
Significantestéril. El breve réquiem de los significados y una larga procesión.
De pronto estas palabras que escribo ahora se vuelven el único aire respirable. Tinta fresca de manantial. Será que incluso el desierto conserva alguna arteria y la arena seca también sabe sangrar.

jueves, 21 de febrero de 2008

mejor cien volando

"Oigame Compay, no deje el camino por cojer la vereda"

(cuando se me hará sangre?)

lunes, 11 de febrero de 2008

Noseaustedinfeliz!

(masturbese)

insomnio

avecesnoseduermesquelsueñonosedignadejarseconciliaryunodaunavueltayotravueltayunamásylacamaseconviertenuncampodebatalladelasideasylospensamientosquelovienenaunoatacarporlaespaldalosmuycobardesyentoncesunobuscarefugioenunlibroyotroyunomásmasnolograúnvencerlayainmundavigiliaylasideasypensamientosarremetenimpiadososyunodamilyunrodeosinútilesenunyadesesperadointentodedomarlasabanasperonadachenohaycasoquelevamosahacerysoloquedandoshorasybuenounoyarendidolevantacampamentoysedaporderrotadohuyendotraselvelo-cortinadelbañodondelaguatibialorecibeaunocomoserecibealosheroesdebatallayentoncesesienteunorenacermirandolosojosdeldíaypalpaelaromadelalbasiempretanmajestuosaellaysesientaentoncesunoalacomputadoraconlamemoriabrumosadedosdíasquesedesdibujanentresíconfundiendoloslimitesentrehoyayerycoronaunoelabsurdoinsomnedesparramandopalabrasentrecerosyunos.

jueves, 7 de febrero de 2008

lobuenoesque
mi.chelle
(sevolveríarespirarpronto)

miércoles, 23 de enero de 2008

(abril)
será por eso que el otoño
elespanto,

como la luz en primavera...
(soloqueno lo comprendo)
y otravez la tiniebla
y otravez el frío
y otravez el llanto

yel idiota.