Mi boca aún humedecida de su beso y en ella,
Su saliva agria que se torna ligeramente azucarada.
En mi cuerpo un cabello. Renegrido, magro.
Lo observo y pienso. La pienso.
¿Sería acaso tan carente de gracia?
Mas el cabello se brota inesperadamente
De un fulgor violetaceo, de cierto resplandor.
Y pienso nuevamente. La pienso.
Su imagen se diluye sin pausa, se destiñe.
Y de entre la acuática reverberancia, el sonido de su voz.
Que pronto se fuga, se precipita hacia el vacío.
Pierdo registro de su timbre, su color,
Lo busco en el recuerdo de sus palabras, tan pocas.
No hay caso.
Tomo los restos y modelo entonces,
Con mis propias manos, una voz para ella.
Y pienso. La pienso. Cada vez más lejos de mí
Y el olor a su sexo aún en mis dedos. Es extraño,
Lo recordaba amargo y apagado,
Pero es en cambio fresco y salvaje
Como el perfume de la naranja.
De la forma en que se sienta,
De lo elocuente de sus pensamientos o
La forma en que el erotismo
Le desdibuja violentamente los ojos
Cuando la penetra mi sexo.
Pero qué caso tuviera, seguir con este despilfarre
Si cada palabra, cada letra
Es un trazo más de denso óleo
Sobre una figurilla vacía:
Ella una-mujer.
Ella todas-las-mujeres.
Ella bastidor divino,
Tierra fértil y fecunda
De nube ajena.
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