sábado, 31 de enero de 2009

De no creer!

No no! es que el bolso me encanta eh!, más te digo, mientras está abierto es de los mas lindos que ví, no te quiero exagerar viste, pero tiene una exuberancia, un garbo, un señorejo… qué se yo, no sé, lo tenés que ver viste, sino no te haces la idea, pero te digo que…
no, mientras sacás o metés algo es un lujo, brilla que acalambra la pupila, las terminaciones de cuero puro, las costuras sólidas, el broche plateado pulido con una saña que te refleja hasta los pensamientos…

El tema que cuando lo cerrás… va, lo cerrás… sí, digo, no se puede tener el bolso abierto de par en par todo el día, vas de acá para allá, haciendo algún trámite, metes, sacas, pones y en un momento dado, no sé, pagas, chau gracias, guardas una que otra gilada que compraste - o mismo la billetera-, agarras el broche de imán plateado ese que tiene y plum, cerrás y a otra cosa mariposa...

digo, es lo normal no? Qué más lindo que agarrar el bolso con determinación, con virilidad y cerrar, con ímpetu viste, como quien no tiene ni una duda en el valero, cerrar y a la calle, waw!

No es una manía, es una cuestión mas bien… básica, abro, saco, cierro, todos lo hacemos, las viejas, los pibes, los vendedores de valijas.

El bolso es lo más lindo que tengo viste, pero cuando lo querés cerrar, ahí está la cosa…
Ojo, capaz soy yo, no sé, no digo que el problema sea de el, pero no va que lo quiero cerrar que…

ponele, el otro día, venía en el subte y saco del bolso el sudoku (para distraerme una rato porque me aburre horrores viajar) y me pongo a jugar. Como me bajaba medio rápido, ni cerre el bolso porque ya tenía que guardar, viste? Llego a Callao (en esa me tenía que bajar), y yo ya me la veía venir porque no soy ningún compadrito, tonces tomé coraje, me arremangué la camisa (porque aparte hacía calor), y como si nada, cerré la revista del sudoku (como un campeón la cerre, me hubieras visto, pla! hizo, impecable) y ahí nomás encaro el bolso, de reojo, casi sín mirarlo, para no hacer tanto espamento y entonces…click!

No daba crédito a mis oídos, cerró, al fin, de una vez, era el comienzo de una nueva era en mi vida, el bolso que, por lo demás, era perfecto, ahora también cerraba!...

ante la escalera mecánica había apostados tres músicos y un petizo con vozarrón arrabalero, cantando unos tangos y ahí nomás me puse a bailar del júbilo, me invadió el buen augurio, entre vuelta y voltereta, con los ojos cerrados, pensé en el ascenso que me esperaría al llegar al trabajo, en el aire acondicionado que por fin iba a poder comprar en cómodas cuotas, o en la morocha esa de rulos que venía justo atrás mío (que no me había registrado en todo el viaje) que ahora me pispiaba libidinosa, doy un giro y otro más y me doy cuenta de que no soy el único que se mueve al compás de la música, toda la escalera se ha convertido en una gran milonga al ritmo del dos por cuatro, el circulador de aire pulveriza un pilon de subtepases y el aire se llena de papel picado, los matafuegos rocían el ambiente de humo, y entonces, en el clímax de aquella bacanal, decido tomar mi bolso y agasajarlo como se lo merecía, al fin y al cabo, era merito mutuo aquel grandioso logro, (el más grande de todos los que había soñado conseguir), lo tomo en mis brazos, lo elevo por ante mis ojos y es en ese instante, donde sobreviene la tragedia…

el imán del cierre había hecho falso contacto y en lugar de cerrarse, se había prendido a una moneda de 25 en el interior del bolso, moraleja, estaba abierto… La desazón me arrebató por completo, tal fue el shock que no levanté el pie al final de la escalera, y ésta(la muy turra), con saña, se lastró el cordón de mi zapato...

cuando sentí el tirón, arranqué a patalear a lo loco, pero era insaciable, se tragó mi zapato, la media de rombos, y ahora tiraba de mi botamanga de corderoy, arranqué a los gritos "aucilio aucilio" y casé lo primero que encontré, uno de los bucles de la morocha de atrás, que sin preambulos, me calzó un carterazo en los premolares al grito de "largá o te rompo el alma!". Le quise esplicar, pero se me llenó la boca de papel picado, vistes, asique me tragué nomas los alaridos mientras la escalera me comía ya la ingle…

dos segundos más tarde, la escalera me había deglutido por completo y Buenosaires apenas si se acordaba del episodio en la escalera.

La música había terminado. El petizo tanguero se despidió de los músicos y, partitura en mano, se disponía a salir a Callao por la escalera mecánica, cuando nota algo peculiar sobre el final de la escalera...

una tirita de cuero que aleteaba como llamándolo desde las profundidades. El petizo, tocado profundamente en su curiosidad, se agacha y tira de la simpática tirita, desenterrando de entre los dientes de metal, un reluciente bolso de cuero.

Contento con su hallazgo, el petizo se cuelga el bolso al hombro, guarda las partituras, cierra y sin más, se pierde en la muchedumbre.

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