miércoles, 20 de agosto de 2008

intermitente periplo de lo maravilloso de los días de lluvia

Hoy vuelvo a mirar gente, sucede que hay afuera una garúa deliciosa y estas ganas de escribir incontenibles. Junín, Perón, merluza y puré y un lunes lleno de abuelitas de invierno y nietos de vacaciones en este Julio intermitente. Lunes de levedad y el mundo se deja tocar por un ratito sin costo ni pero alguno. En la mesa de la esquina una mujer de unos flamantes cuarenta piensa con la mirada perdida y la soledad delinea sus ojeras. Come sola. Yo por suerte hoy almuerzo conmigo, otros días me toca comer solo como ella. Los anteojos le quedan bien pero se vé que no sabe porque se los pone solo lo necesario para mirar alguna cosa y se los saca rápidamente. Tiene el aura ocre ¿Qué pensará? Junta sus cosas. Se saca los anteojos por última vez. Se fue.

Es que a la gente le pone triste los días lluviosos, los adjetivan despectivamente, uh…mira viejo como se puso de horrible, lo lindo que estuvo el domingo, o qué día de mierda hoy o nono la verdad está espantoso. Qué absurdo, acaso no pueden apreciar la maravilla del río cayendo del cielo? La mar de complicaciones que conlleva?

Es que la lluvia siempre nos toma por sorpresa, es siempre inesperada, novedosa, diosa del caos y el cambio. Una reciente jubilada se replantea el sentido de sus días mientras toma su cortado de a sorbos mecánicos: Lunes, hay un par de exposiciones interesantes en la ciudad, luego podría ir al teatro o al cine, a caminar y luego qué? Sin el ancla de lo cotidiano, sin el peso del trabajo, el lunes se presta de pronto insoportablemente leve (diría algún checo), y qué pensará ese joven, del otro lado del café que la observa y escribe en un cuadernito.

Millones de personas pululan por ahí, miles de caras, de formas de caminar, de botones de saco, de vueltas de oreja, de maneras de reír, de actitudes frente a los días de lluvia, de modos de transitar la existencia y sus recovecos. Un paraguas, un diario, un sobrecito de azúcar, un taxi, algunos cables, el sonido de la plancha marchitando la carne a fuerza de paralelas renegridas y convexidades doradas.

Todo tiene un color, un sonido, una forma, un perfume, una energía, una intensidad, todo es un modo de existir. Todo es. Y a la vez no. A la vez deja todo de ser constantemente. Un instante deja de ser para darle lugar al otro, para darle existencia. Una suerte de intermitencia perenne y necesaria, la intermitencia de los seres, que conforma una continuidad, una unidad. Ésa imperfección cósmica, ése pulsar errante, ése, es el único absoluto, lo único que en verdad existe.


Así lo existente está en constante cambio, en una vertiginosa metamorfosis. El ser es en el cambio, en lo dinámico. Luego lo estático es contradictorio a su esencia.
Por ende los días de lluvia son divinas celebraciones del ser, el irrefutable fruto de un nuevo triunfo sobre la muerte.

1 comentario:

laura dijo...

amo el verde de los dias de lluvia.
amo la lluvia.
no me parece tan inesperada, se necesita y despues sabes cuando llega, viste?