lunes, 17 de septiembre de 2007

Fluir



Una fantasía. La de ir caminando y de pronto extraviar este mundo, olvidarlo por completo. Entonces todo se realenta hasta la quietud más absoluta sin más lógica que la de la mas arbitraria voluntad cósmica.

Caer se vuelve inevitable, tropezar y caer como atraído por una graciosa fuerza invisible, no es una caída terrenal sino un fluir hasta el suelo, sin tiempo o espacio. Inclinado sobre la cabeza como si ésta pesara más que cualquier otra parte del cuerpo.

Al primer contacto con el suelo ésta comienza a desgranarse como una escultura de arena seca. Desde la sien, la cabeza se va esparciendo por el suelo y pronto aquella figura dejará atrás la unidad para ser en la dispersión.
Su manar se volverá luego gaseoso y se vestirá de sueño. Flotara por la ciudad, abarcándolo todo, sin mas pretensiones que las de una delgada y tibia garúa:

Entrará por ventanas abiertas y claraboyas, será devorada en un mordisco, los enamorados lo envolverán en hondos suspiros, llenará globos rojos, será susurro, danzará entre jirones de humo en el infierno de una pipa, se enredará en algún cable, quedará a oscuras enchastrado de engrudo tras algún afiche publicitario, viajará entre los rulos de una vieja, será succionado por una ventolera en la estación Facultad de Medicina para ser despedido por una rejilla extractora entre la jauría del trafico de la 9 de Julio, el limpiaparabrisas de un taxi lo barrerá con fuerza, saldrá despedido contra una violetera en un puestito de flores de la Calle Carlos Pellegrini, el cielo rugirá, la tormenta lo empapará hacia las cañerías y lo llevará en un viaje por la Buenos Aires subrterránea hasta el gran Río de La Plata, se encontrará nadando horas después en medio de una sudestada, ya vuelto a su estado físico original.

Confundido aún, se aferrará mi renacido cuerpo a un pequeño bote velero y se perderán mar adentro.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Gentes

La gente es simplemente gente y como en todo orden natural, estos seres tienen una función: La de llenar estadios de fútbol, provocar embotellamientos, estresarse en horas pico o aplaudir al final de una obra de teatro.
En Buenos Aires los hay altos, flacos, petisos, hermosos, feos… pero en definitiva, y por sobre cualquier otra característica, son gente. Y la gente, indefectiblemente, se comporta como gente; ve como gente, camina como gente, calla como gente, grita, corre, se sienta y se siente como gente. Y hay que reconocerlo, son muy rigurosos en su comportamiento. Llevan algo así como una vocacion natural. Es sorprendente. Si bien no existe una institución concreta que los forme como tales, todos parecen conocer hasta el detalle mas minucioso, la escencia del ser gente, como un código inquebrantable al que son indistintamente fieles y devotos.
En líneas generales el mundo se desplaza cómodamente sobre estos rieles, pero si se tiene la curiosidad suficiente y se presta la debida atención, puede uno ser recompensado con la maravilla de la “anomalía”…

El silencio se explaya a gusto por entre los gastados pupitres del aula de un antiguo colegio sucursal del Rojas, enmarcado todo él por el punzante y perenne zumbido de los tubos fluorescentes que no conformes con su inhospitalidad sonora, tampoco ofrecen refugio a los ojos, aplastándolo todo con su blanquecina artificialidad.
La gente se distribuye torpe y recelosamente entre los bancos, como pidiendo permisos delante y disculpas tras cada movimiento (como suele hacer la gente cuando se sabe observada). Con impecable destreza, ésta gente se adapta rápidamente a su nuevo contexto. De ser gente del subte, de la oficina o la vereda, todos afinan al unísono en clave de primer día de curso. Ahora son todos gente-alumnos.
Esperan ansiosos la llegada del profesor, acosados por esa extraña intimidad compartida a la fuerza de la que se suele ser víctima en los ascensores.
Preparan los cuadernos sobre las mesas, tamborilean las lapiceras, aparece esa necesidad imperiosa de documentar la fecha al margen de la hoja, miran la hora una y otra vez, y por último cuando ya no parece quedar tarea alguna por hacer, se ensayan obsesivamente diferentes posturas: pierna derecha cruzada sobre izquierda, mano derecha sostiene el menton e izquierda se entierra en axila derecha, mmm… nono, mejor, algo mas casual… espalda recostada sobre el asiento y piernas estiradas hacia delante, mm… demasiado relajado, mejor…
De pronto de entre el gentío, un hombre-gente de unos 40 años avanza hacia el pizarrón -¿qué hace?... - ¿esta loco?... – Está violando el código. - Debemos sentarnos cada uno en su pupitre, no se supone que deambulemos por el aula o llamemos la atención. Ésta rebeldía claramente incomoda a todos. El hombre va a hablar… -Buenos días, yo soy el profesor… uf! El alma vuelve al cuerpo, todos suspiran aliviados.
Yo por mi parte quedo estupefacto. El hombre-gente-profesor comienza a hablar. Habla de su materia al principio, de su vida luego y por último sucede el milagro: abre su corazón, cuenta de sus pasiones, de sus expectativas, sus anhelos y búsquedas.
Yo, atónito, no concibo cómo ése que hasta hace dos minutos era gente, ahora sea un ser sensible, humano y único.

Me abstraigo y me pregunto si realmente siempre lo habrá sido, es decir, si mientras era gente hace sólo un instante, ya era persona o si comenzó a serlo a partir de que nos abriera su alma. Quizá no lo fuera. Quizá era solo gente.
Entonces me invade la hermosura…Acabo de presenciar el nacimiento de un alma.
Ya no volverá a ser gente… ¿?